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Familia de la más alta sociedad americana. Originarios de Francia, venidos a América, el nombre de ellos está asociado a grandes fábricas y empresas de reconocido prestigio. Generadores de una riqueza inmensa que muchos envidiarían, hombres de visión extraordinaria, forjadores de un gran emporio, ellos fueron los Du Pont.

La riqueza no siempre nace de la noche a la mañana. Es necesario trabajar, educarse, tener visión y empeño. Algunos nacen ya entre familias pudientes, y no son ellos quienes propiamente forjan el capital ni mucho menos merecen el reconocimiento por lo que han hecho o han logrado.

El caso de algunas familias puede resultar interesante ya que muchas de ellas han sido importantes en el desarrollo de nuestra historia. Algunas, dentro del ámbito puramente histórico; otras, desde el punto de vista social, económico, político o cultural. Familias como los Borgia, los Karamazov, los Curie, los Ford, los Kennedy o los Du Pont. Todas de una manera u otra han formado y han hecho historia.

Habrá que reconocer que muchos de los que llegan a formar grandes capitales han hechos éstos, casi de la nada. Ha sido su visión, entrega, dinamismo, coraje y empuje lo que los ha llevado a llegar al sitio en el que están. Otros, para fortuna de ellos y desgracia de otros, su dinero lo amasan o han amasado por medio de negocios turbios, muertes entre hermanos, monopolios absurdos donde quieren todo a cambio de nada. Familias caciques que aplastan al hombre y matan a sus hermanos.

El caso de la familia Du Pont es diferente. Desde hace tiempo, bastante tiempo, su nombre se ha escuchado en muchos lados. La creación de su riqueza viene de mucho tiempo atrás. Pudiéramos citar, para ser precisos, el año de 1730, como punto de origen o punto de partida de esta familia que industrializó y revolucionó en gran medida la economía estadounidense.

Cuando uno tenga la oportunidad de visitar los Estados Unidos e ir por la costa atlántica, justo en el estado de Delaware, se podrá tener la impresión de estar llegando a un estado, por decirlo así, casi feudal. Todo ahí "huele" a Du Pont. Carreteras, edificios, fábricas, comercios, casi todo relacionado a esta prominente y multimillonaria familia.

En realidad, los multi-negocios de esta importante familia están dedicados a la fabricación de todo tipo de artículos, desde cubiertos, cuchillos y tenedores, hasta pasar por fábricas de papel, servilletas, confetti, manteles, pañuelos, rollos de película, cámaras fotográficas, químicos, solventes, pinturas, fábricas de automóviles, fábricas de explosivos, tiendas de ropa y hasta fábricas de explosivos.

Uno de los principales giros comerciales e industriales se centra en un inmenso laboratorio: los Laboratorios Du Pont, lugar en el que se llevan importantes investigaciones científicas que han contribuido a mejorar sus propios artículos y a mejorar otros.

Aquí, en este mismo sitio y sus alrededores se podrá ver vastos complejos familiares dedicados a albergar a millares y millares de empleados y obreros, lo mismo que un exclusivo parque de diversiones y club deportivo que sirve de centro de recreo y distracción para sus propios empleados.

¿Y quiénes son los miembros de esta familia, cuyo nombre se encuentra indiscutiblemente asociado a tantos productos que día a día utilizamos sin darnos tal vez cuenta? Productos que van desde los aerosoles, los plásticos, el vidrio, acero y cemento; productos como las pinturas vinílicas, los tintes, los enjuagues, los aceites o aditamentos.

La familia es numerosa. Hoy en día viven y trabajan centenares de miembros de ellos; sus profesiones son muy diversas, desde inventores, químicos y físicos, hasta escritores, poetas, músicos y deportistas. Sin embargo, su "nombre" pareciese como un arquetipo que nos lleva de inmediato a pensar en los Du Pont millonarios, esos que han amasado una gran fortuna y que han impuesto un sello patriarcal.

Los primeros Du Pont

Uno de los primeros Du Pont, Pedro Samuel Du Pont nació en París en 1739; era hijo de un relojero de buena posición y de una aristocrática familia empobrecida. Este muchacho, educado por su ambiciosa madre, tuvo que ceder también ante la voluntad del padre, que hizo de él un excelente relojero.

El tiempo pasó, las manecillas se avanzaron, y Samuel Du Pont, cuyas ambiciones no eran ciertamente pequeñas (volvía parecerse a su madre), se elevó rápidamente en la sociedad y llegó a ser inspector general de comercio durante el mandato de Luis XVI, adquiriendo una considerable fortuna y hasta un título nobiliario. Los amigos de Du Pont formaban una larga lista de personajes encumbrados, muchos de ellos personajes ilustres en diversos campos de la política, el comercio y las artes. Hombres como Benjamín Franklin, Tomás Jefferson, Mirabeau, Jacques Turgot y hasta Voltaire.

Era natural que, cuando su segundo hijo, Irineo, dio muestras de tener un especial talento en el campo de la ciencia, su padre le hiciera estudiar bajo la dirección de un amigo suyo que, además, era, quizá, el sabio más notable de su época, el físico-químico Antonio Lavoisier, aquél que desarrollara numerosos estudios y principios químicos que llevaran al descubrimiento de nuevas teorías y principios sobre la combustión, y dirigiera, así mismo, una de las fábricas de pólvora más importantes de toda Francia.

Irineo Du Pont

Como su padre, Irineo aprendía con gran facilidad. Así, no tardó en ponerse al corriente del proceso de la fabricación de la pólvora y hasta, incluso, mejorarlo. Su nombre empezaba a conocerse, lo mismo que el de su familia. La riqueza aumentaba y el destino y nombre de la familia se elevaba más alto aún que su título nobiliario.

Respecto a esto último, lo cierto es que el título resultaba de dudoso valor durante los años de la Revolución francesa. El viejo Du Pont había actuado como diputado en os Estados Generales, o Parlamento, identificándose con los moderados, partidarios de una monarquía constitucional. Enemigo de los jacobinos, a Du Pont poco le falto para que se le enviase a la guillotina.

Pedro Samuel Du Pont

La vida de Pedro Samuel Du Pont se encuentra llena de colorido, de hechos, anécdotas y cambios repentinos. Se sabe que su abuelo hubiera querido hacer de él un perfecto relojero, pero esto no sucedió así. El destino le llevaría por otros caminos más grandes aún.

Más tarde, cuando Pedro Samuel se halló sin dinero durante la Revolución francesa, convirtió al hijo menor en su más firme apoyo, confiriéndole la dirección de una pequeña imprenta. Con el dinero que ganaba el hijo pudo sostenerse la familia. Irineo entonces tenía veinte años, acababa de casarse con Sophie Madeleine Dalmas, hija de un comerciante. Su carrera de químico había quedado truncada al desaparecer Lavoisier, expulsado por los jacobinos.

Era una época de cambios rápidos, la revolución crecía en intensidad, y, el padre, Samuel, demasiado identificado con la realeza, se ve obligado a esconderse para salvar su vida. Irineo asume el control total de la imprenta, la cual fue muchas veces atacada por la muchedumbre hostil del hambriento e inquieto París de los años del terror. El resto de la familia -la esposa de su hermano Víctor que era considerada como sospechosa por inclinarse a la monarquía- huyó a provincia a fin de esconderse de la persecución que se le hacía.

La tensión y el Paris del Terror

La tensión había subido a su punto más álgido con la ejecución del gran Lavoisier, odiado por los jacobinos debido a su posición privilegiada en tiempos de la monarquía. Robespierre, importante pensador y político de aquellos tiempos había declarado que la República (se refería a Francia) no necesitaba de hombres de ciencia.

Irineo, inquieto y amargado por el matiz que tomaban los hechos, pensó una vez más en abandonar su patria, refugiarse en un país más joven, más tranquilo y más acogedor para los hombres. Desgraciadamente no pudo llevarlo a cabo de manera mediata, sino un poco más adelante cuando ya la época del Terror había cedido un poco.

Hacia Estados Unidos

Fue por sugerencia de su padre que Irineo se dirigió en cierta ocasión a Robert Fulton, inventor norteamericano que en aquellos años se hallaba en Francia y hacía pruebas en el Sena con un extraño aparato o artefacto, un tipo de barco hundible llamado “submarino”.

El tema de la charla fue estrictamente científico. Hablaron de un proyecto que tenían los Du Pont para crear en el continente americano de una colonia de franceses emigrados, un lugar seguro donde pudieran asentar las bases para un comercio futuro.

Alentado por los informes que le diera Fulton, a través de su hijo Irineo, y por el hecho de que su otro hijo, Víctor, había siso nombrado cónsul general de Francia en los Estados Unidos, el viejo Samuel tomó la decisión de gran importancia: toda la familia Du Pont debía trasladarse a los Estados Unidos.

Los planes

El viejo Du Pont forma una sociedad por acciones: Du Pont de Nemours, Father, Son and Company. Comienza así a trazar grandiosos y utópicos planes, teniendo como capital base la suma de cuatro millones de francos que esperaba reunir, así como tomando en cuenta el talento y capacidad de toda su familia. El viaje estaba preparado, pero cuando ya estaba todo listo, empiezan a surgir nuevas dificultades. Las relaciones entre Francia y los Estados Unidos habían empeorado. El capital reunido resultaba muy insuficiente como para trasladarse; sin embargo, ya estaba decidido, debían de trasladarse.

En Estados Unidos

Era muy tarde para retroceder. Debían de continuar. La familia se embarca a fines de 1799 y llegan a Rhode Island en enero de 1800. Luego de tres meses de tormentas y averías, Pedro Samuel Du Pont, el eterno y alegre optimista visionario francés, se encontró con que el horizonte era menos color de rosa que lo que había previsto. El precio de los terrenos había subido mucho. El país era hostil a los franceses. En algunos estados los extranjeros no podían tener acceso a los bienes inmuebles. El dinero no era suficiente y se agotaba fácil y rápidamente.

Las amistades

Jefferson, viejo amigo de Pedro Samuel, y a la sazón vicepresidente de Estados Unidos (John Adams era Presidente), encargó al viejo Du Pont que preparara un proyecto sobre la educación en los Estados Unidos. Du Pont preparó el proyecto, pero por causas desconocidas (al menos para mí) no se pusieron en práctica. Irineo, por otra parte, se sentía inquieto, nervioso y abatido. Tenía crecientes responsabilidades familiares y los fondos empezaban a escasear. Un día salió a cazar y observó que la pólvora norteamericana era de muy mala calidad. ¿Por qué no instalar una fábrica de pólvora? El viejo Du Pont aprobó el proyecto.

La empresa

Se inicio así el gran proyecto. Se daba el paso a la construcción del gran emporio de la familia Du Pont. La fábrica de pólvora se haría. Esto podría tener sus repercusiones políticas, pero esto también le interesaba a Du Pont. Inglaterra estaría en desacuerdo, lo cual beneficiaría a Francia y debilitaría al primero. Jefferson dio su aprobación. La fábrica quedaría ubicada muy cercana a la ciudad de Washington, la nueva capital federal de los Estados Unidos.

Irineo trazó sus planes, sus proyectos. Todo estaba listo. Faltaba un “pequeño detalle”: el dinero. Piensa rápidamente y acierta. El y Víctor salen a Francia a reunir el capital. Tal y como el viejo Du Pont había previsto, el Gobierno francés apoya la empresa y ayuda a Estados Unidos, dando un golpe muy severo a su enemiga Inglaterra. Irineo reúne 36,000 dólares y se forma una compañía con 18 acciones, once de las cuales se reservaba la compañía inicial de la familia Du Pont y cuatro quedaban en manos de capitalistas norteamericanos.

Víctor por su parte entró en contacto con esferas oficiales y regresó con información y rumores acerca de los proyectos de Napoleón. Los emigrados podían ya regresar. Así, el viejo Pedro Samuel Du Pont emprende el viaje de regreso a su querida Francia. Du Pont lleva un mensaje personal de Jefferson para Napoleón. Algunos dicen que fue el viejo Pedro Samuel quien jugara un papel importante, si bien secreto, en las negociaciones que culminaron con la venta del territorio de la Luisiana por Napoleón a los Estados Unidos.

Los negocios

La compañía tuvo excelentes resultados en un principio. Pero al llegar la guerra en 1812, todo cambiaría. Estados Unidos e Inglaterra se confrontaban. La fábrica de pólvora había redoblado su actividad. Se trabajaba de día y de noche. Los pedidos del gobierno pasaron de cincuenta mil libras de pólvora en 1811 a quinientas mil en 1813.

En 1814 la Compañía debía más dinero del que tenía invertido en capital y equipo. Era o se sentía él, según escribía Irineo a sus amigos en Francia, como la de un prisionero en libertad provisional que debe presentarse cada mes a la policía.

El resurgimiento

Termina la guerra y la calma vuelve, como vuelve también el viejo Pedro Samuel, allá por el año de 1814. Ahora los Du Pont se meten de lleno al negocio de las minas. Su campo se dirige ahora a la fabricación de fibras, telas y pintura. Todo va viento en popa.

Las fábricas crecen a un nivel acelerado. Una de ellas, una de las más grandes queda sumergida en llamas. Aquella fábrica que iba a proporcionar a la familia Du Pont una colosal fortuna había también de quitar la vida a algunos de sus miembros. Años más tarde, habrían de morir en una explosión varios nietos del viejo Pedro Samuel.

En la actualidad, las empresa o “holdings” de estos grupos de empresas de la familia Du Pont se extienden por diversas partes del mundo. Empresas dedicadas a los negocios de alimentos, bebidas, pinturas, películas, madera, cemento, acero, fierro, vidrio, pinturas, electrodomésticos, hotelería, autos y aviones.

La visión de un solo hombre y el resto de su familia habrían de llevarlos por nuevos caminos esparciendo riquezas y ampliando nuevos satisfactores en beneficio de la sociedad. Su nombre y su prestigio son reconocidos por todos. Ellos fueron los Du Pont.

Tomado del periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 6 de noviembre de 1989.


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