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Se dice que todo lo que se conocía, en la época antigua, en cuanto a las dos ramas más importantes de la física (la electricidad y el magnetismo), se reducía solamente a dos hechos: la atracción del hierro por la llamada piedra imán, y la de los cuerpos ligeros por el ámbar frotado. Muy poco, en realidad, se había avanzado. La brújula era el único gran invento; pero, a partir de esa fecha, allá por el siglo XI o XII de nuestra era, nada nuevo había sucedido o se había inventado.

Es de alabarse el genio y tenacidad de muchos hombres y muchas mujeres, que poniendo todo su esfuerzo, su inteligencia y corazón han llegado a descubrimiento de algo; han llegado a la creación de nuevos métodos, nuevos procedimientos; han llegado a la invención de nuevas cosas que ayuden a los humanos a vivir en un mundo mejor.

Ampère fue uno de estos genios. Él, con su talento y entrega, con su paciencia y perseverancia, logró descubrir nuevos campos, inferir nuevas leyes, descubrir nuevas cosas, inventar nuevos quehaceres. Logró, por ponerlo en pocas líneas, descubrir la fuerza de la electrodinámica, inventar el electroimán y facilitar la transmisión de mensajes a través del telégrafo electromagnético.

Andrés María Ampère nació en una familia como cualquier otra. No pertenecía a ninguna clase privilegiada, como tampoco a ninguna clase de tipo marginada. Nació muy cerca de Lyón, Francia, el 22 de enero de 1775. Allí viviría, en una pequeña finca, llamada Poleymieux-les-Monts-d'Ors, lugar cercano a la propia ciudad leonesa.

La historia muy pronto reconocería a Ampère como uno de los hombres más inteligentes de todos los tiempos. Su padre era un hombre instruido y estimado por todos cuantos le rodeaban. Se llamaba Jean Jacques Ampère. Su madre, por otra parte, era Jeann Antoinette Sarcey, y también era muy estimada por la gente de la localidad, no solamente por la dulzura de su carácter, sino además por las obras y actos de beneficencia que frecuentemente realizaba.

Se sabe que poco tiempo después de nacer Ampère, sus padres dejaron el comercio para trasladarse a la pequeña finca antes mencionada y de la que eran dueños. Polmieux era un pueblo bastante chico, sin las exigencias ni enseñanzas de ningún profesor. No obstante, y a pesar de todo esto, muy pronto surgirían en el niño esas altas facultades intelectuales que iría desarrollando a lo largo de su vida.

Una de las primeras facultades desarrolladas por Ampère fue la del cálculo. Le gustaba contar, le gustaba calcular. No le gustaba "ser calculador" (en otro sentido, o en otra connotación). No se medía por nada del mundo, y siempre trataba de sacar adelante sus proyectos. Un niño inquieto, que tal vez no gustara mucho del juego con los demás, sino el juego consigo mismo y de la observación con el mundo que le rodeaba.

Y así como esos niños (que algunos consideran distraídos), que agarran y juegan con corcholatas, piedritas, frijoles, maíces o habichuelas, Ampère hacía esto último: Juntaba pequeños guijarros o habichuelas en su intento de contar las cosas. Era algo que a él le fascinaba. Tal vez no fuese un gran matemático, pero daba ya sus primeros pasos para conseguirlo.

De este modo, y antes de conocer ya bien las cifras, Ampère coloca sus piedras a las que pinta de colores diferentes, las dispone en cierto orden y logra establecer cálculos precisos como todo un gran matemático. Piedras y guijarros que coloca en hileras, en diversas combinaciones y que le dan un sentido curioso, diferente y lleno de toda concepción lógica.

Ampère tuvo una infancia afortunada. Sus padres le querían. Habiendo nacido en el seno de una familia encantadora, normal, sencilla y refinada, la niñez del pequeño Andrés fue impregnada de momentos alegres, felices y encantadores. En un principio, según parece, fue un niño débil. No le interesaban mucho los deportes o los ejercicios al aire libre. Prefería sus propios pensamientos.

Claro, tampoco era un niño retraído. Se dice, incluso, le gustaban las bromas, siempre que no le fueran hechas a él. Tenía su propio espíritu de alegría, tal vez no igual a la de sus compañeros, pero sí lo suficientemente comunicativo como para no desconectarse del mundo. No era de los que les gustase andar rompiendo vidrios, subiéndose a los techos de las casas, desgarrándose la ropa o mojándose los pies. Era un poco más serio que los demás, pero siempre centrado y consciente de lo que era y lo que hacía.

Siempre es interesante saber que fue lo que llevo a "X" o "Y" persona a descubrir algo, a crear algo, a inventar algo. El ver esa imagen en el preciso momento del salto de la chispa es algo que a todos nos debiera interesar. Ver esos hombres de fama universal, sus impresiones interiores, su pensamiento, sus deseos internos es algo que ha atraído a muchos pensadores, escritores y amantes de la vida y la conducta humana.

Andrés fue siempre un niño preocupado por los cálculos matemáticos. No dejaba escapar oportunidad alguna como para ponerse a contar todo lo que veía o pasaba por su mente. Se distraía practicando al contar su caja de piedrecillas, hasta que un buen día cayó en cama y ya no pudo hacerlo.

Entonces ideó otro método: cortaba en pequeños pedazos el pastel que su madre le daba y seguía sus cálculos, anteriormente suspendidos. Lo anterior, una muestra de la sagacidad e interés de Ampère por seguir el estudio de las matemáticas, algo muy distinto a lo de cualquier niño de su misma edad, ya sea de esa época, o bien, a lo de los de hoy en día.

Es así como el joven Ampère pronto devora y asimila todos los libros que le llegan a sus manos. Le gusta la historia, los viajes, la poesía. Lee a los romanos, se interesa por la filosofía y centra su atención en todo lo nuevo, raro, intrigante y diferente. Trata de leer todos los libros. Se desvive por el conocimiento.

En sus lecturas prefiere a Homero y a Voltaire. Su principal objetivo: leer toda una enciclopedia de veinte gruesos volúmenes a fin de saber más sobre todo lo que ahí hubiera estado escrito y fuese de su interés. Así, uno a uno, pasando del primero al segundo, del segundo al tercero, volviendo nuevamente a aquel volumen que no hubiera quedado definido, y continuando el orden aritmético anteriormente establecido, Ampère daba cabida a sus más caros deseos: aprender.

El joven Ampère se desvive por los libros. Siendo un muchacho de tan solo 14 años pareciese como si fuese difícil que un joven de esta edad se interesase más por los libros que por los juegos. Pero así era Ampère, un muchacho de extraordinaria inteligencia que pasaba gran parte de su tiempo en la biblioteca de su pueblo.

Pero llegó el día en que esta biblioteca ya no era suficiente para él. Entonces buscó nuevos libros. De ahí que su padre le condujese, de vez en cuando, y siempre que podía, a Lyón, donde el joven estudiante se dedicaba a leer y consultar los libros más raros que encontrara.

Luego, una vez, siendo él aún un niño, cruzó su solicitud a un bibliotecario. Quería leer ciertas obras. El bibliotecario se le quedó viendo y le dijo: "¿Lo has pensado bien, amiguito...? ¡Estas obras están escritas en latín!" Ampère no lo dudó, quiso leerlas, aunque con ello batallase. Para él no existía obstáculo alguno; y, si estaban en latín, ¡aprendería esa lengua!

Ampère se dedica ahora al estudio y origen de las lenguas. Quiere entender a grandes filósofos. Para esto tiene que leerlos en su propio idioma. Lee a Leibnitz, lee a Descartes. Se introduce al análisis del espíritu humano, la clasificación de las ideas. Desea tener todo un muy bien constituido marco de referencia.

Ampère no intuía una lengua universal que uniera todos los países, como algunos filósofos pregonaban. Sí, creía, que pudiera haber algo, pero tampoco creía en lo utópico. Debía pensarlo más. Sus pensamientos seguían envueltos en las hojas de la ciencia. Seguía fascinado al seguir descubriendo nuevas cosas. Tenía ilusiones y habría de cumplirlas.

Su padre había sido un gran apoyo para él, pero pronto moriría. La revolución había llegado. Las tropas republicanas toman Lyón, la ciudad es devastada. Sus habitantes son tratados con despotismo e inusitada desconsideración. Su padre, que había sido juez de paz, aparte de ser aristócrata, es condenado al patíbulo.

El mismo día que sube al cadalso escribe una póstuma carta a su esposa donde le dice con una sensibilidad y simplicidad expresa que no hablara nada a su hija Josefina acerca del infortunio de su padre. Le pide a su esposa que trate en todo momento y haga hasta lo imposible para que su hija siga ignorando lo de su muerte. Luego, en cuanto a su hijo, le pide que le haga saber el que prosiga sus aspiraciones, aunque ya no esté cerca de él.

El golpe es demasiado duro para Ampère. El chico tiene apenas dieciocho años. Es derrotado. Sus facultades mentales, afectivas e intelectuales le hacen caer en el derrotismo. Pasan días, semanas y meses. Ampère se ve cada día peor. Su estado de ánimo sigue igual. Ya no cambia. Tratan de alentarlo, pero todo es imposible.

Pasa un año. No es sino hasta que lee unos escritos de Rousseau, que hablaban sobre botánica, en que Ampère vuelve nuevamente a la vida. Algo había pasado en el alma del científico. Alguien a quien tal vez le Hubiera afectado la lectura de un volumen que había abierto al azar. Un libro que contenían unos versos de las "Odas de Horacio".

Le gusta la poesía. Lee a Homero, Virgilio y otros poetas latinos. Su espíritu se revela. Ampère vuelve a ser el de antes. Quiere luchar, quiere aprender. Se vuelca en la ciencia, se enreda en otros temas. Gusta ahora de tópicos matemáticos, físicos y filosóficos. Ampère está decidido a hacer algo por la civilización.

Ampère habita una modesta casa en Lyón. Tiene su jardín, su habitación y sus pensamientos. Le gusta la naturaleza, se complace estudiando la manera en que nacen y se propagan las ondas etéreas, las diversas formas que toman la vibración de las cuerdas. Ampère era observador y trataba de ir hasta el fondo del asunto.

A un lado de todo esto, Ampère conoce el amor. Se trata de Julia Carron, una bella muchacha a la que conociera cortando flores. No se casaron, pero la tomó como compañera. El no tenía pensado en casarse, pero necesitaba una compañera. Ella se le acerca, se le mete en su cama y su corazón.

La situación de Ampère era precaria. Tenía que trabajar y no sólo esto, sino además, sacar un buen dinero, el eterno problema... Tiene entonces que empezar a dar clases particulares de matemáticas para sufragar los gastos y dispendios a que le obligaba su nueva condición.

Diariamente, al ponerse el sol, un grupo de jóvenes acudía a su casa a recibir lecciones. Estas consistían, la mayoría de las veces, en lecturas en voz alta. Lecturas sistematizadas que le servirían grandemente para agarrar método y ocupar, más tarde, altos puestos y cargos de elevada responsabilidad.

Su vida personal seguía su propia tónica. Julia, bella y buena, se convirtió en digna compañera de su vida. Eran felices. Ella sentía una gran admiración por el inventor; él, a su vez, sentía un gran amor por su mujer. Pero cinco años más tarde Julia Carron muere.

Era 1908, justo cuando Ampère había sido nombrado profesor del Liceo de Lyón, luego de lo cual siguen para nuestro personaje meses dolorosos. Si bien su mujer le había dado un hijo, lo cierto es que aún no se podía desprender del recuerdo de esta bella mujer que le alegró siempre su vida. Sin embargo, el trabajo tenía que seguir, y éste fue su gran consuelo.

Se dedica a su trabajo. Años después, siendo joven todavía, encuentra otra mujer, culta, graciosa y exquisitamente educada. Mas sin embargo, este espacio no puede llenar el vacío y hueco dejado por su primer mujer quien había constituido para Ampère el único amor de su vida.

Ampère empieza a estudiar los fenómenos relacionados a la corriente electromagnética. Se interesa por los descubrimientos de Volta (el de la pila). Observa de cerca los efectos de la corriente eléctrica sobre una aguja imantada. Empieza a ver la relación que existe entre los fenómenos eléctricos y los magnéticos.

Ampère estudia y formula leyes sobre esta acción. Poco después demuestra que el magnetismo y la electricidad son manifestaciones distintas de una misma causa. Continúa sus trabajos, demuestra nuevas teorías. Escribe y establece leyes sobre el magnetismo y la corriente eléctrica.

Su nombre queda escrito para la posteridad. De ahí que se le llame "amperes" o "amperios" a las medidas o unidades de electricidad o corriente eléctrica. (Algo así como los "volteos", nombre tomado, a su vez, de otro científico: Alejandro Volta"). Estos "amperes" o "amperios" se refieren a la cantidad de electricidad que atraviesa un conductor en un determinado período de tiempo.

Vienen después otros trabajos. Estos de carácter netamente matemático. Se dedica al cálculo, al estudio de probabilidades, de la estadística, de ecuaciones, de derivadas e integrales, cosas que me sería difícil explicarlas, pues poco les entiendo. Ampère, al contrario, era un genio para esto, tan es así que ya se le conocía entonces como el "Newton de la electricidad".

Ampère abandona su puesto de profesor de matemáticas para ocupar el cargo de física en la Escuela Politécnica de París. Empieza a utilizar máquinas eléctricas, telescopios y otros objetos e instrumentos para sus ensayos. Sigue trabajando en sus teorías, continúa aprendiendo de sus experimentos.

El tiempo que reside en París quebranta su frágil salud. Un amigo suyo, el Director de la Escuela Veterinaria de Lyón, se da cuenta que Ampère ya no es el mismo. Ampère se acaba, Ampère se extingue. Su cuerpo y su salud ya no dan para más. Sin embargo, su ánimo y deseo de conocimiento siguen siendo los mismos.

No pierde interés en nada, no pierde oportunidad alguna para recorrer el mundo y hacerlo suyo. Viaja por todos rumbos: de Norte a Sur, de Este a Oeste; no quiere dejar nada sin conocer. Llega a Marsella, la ciudad de sus amores, la ciudad que tanto quiso y tanto amó. Marsella, la ciudad donde comenzara sus estudios sobre la recepción de la telegrafía sin hilos.

Ampère se encuentra ya muy enfermo, su cuerpo no resiste más. Su alma es reconfortada con las palabras de un sacerdote con quien lee e intercambia pensamientos de un libro titulado la "Imitación de Cristo", libro que, según él, sabía de memoria. Reflexiones, ideas y sentimientos tomados del corazón.

Era el 10 de junio de 1836. Ampère moría a los sesenta años de edad. Ese mismo día el telégrafo de Marsella comunicaba tristemente la noticia a París. El instrumento ideado por este gran hombre dejaba de ser utilizado para la transmisión de mensajes oficiales. Esta vez comunicaba algo más trascendental: la muerte de un gran genio de la inventiva: Andrés María Ampère.

Tomado del periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 13 de febrero de 1989.


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